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Saber quiénes somos y de lo que podemos ser capaces puede que suene como un hecho, porque después de todo, ¿quién podría conocerte mejor que tú mismo? La verdad es que la conciencia y las emociones humanas van mucho más allá de decirnos para qué somos buenos y para qué no, qué nos gusta y qué no tanto, y de hecho, en ocasiones ni siquiera podemos contestar estas preguntas con seguridad.
Esto representa un problema que muchos de nosotros pasamos por alto, pero que es absolutamente necesario tomar en cuenta si queremos tener una buena regulación emocional, que posteriormente nos servirá como base para alcanzar las competencias del autoconocimiento y sus beneficios tanto en nosotros como en nuestro entorno social. Pero primero, veamos qué es el autoconocimiento y en qué nos afecta.
El autoconocimiento podemos definirlo como el conjunto de información valiosa que sabemos acerca de quiénes somos. Este es un proceso continuo y dinámico que, mediante el esfuerzo, la reflexión y la autoconciencia permiten a las personas tener una percepción de sí mismas, incluyendo aspectos intelectuales, emocionales, valores éticos, capacidad de autonomía y deseos de autorrealización; a partir de los cuales se desarrollan competencias personales.
El autoconocimiento es la base de nuestra autoestima, que a su vez es fundamental en nuestra relación con nosotros mismos y con las demás personas, o dicho de otra forma: reflejamos por medio de nuestras actitudes cómo nos percibimos y con base en esto cómo nos perciben los demás y cómo interactuamos con esas personas.
En el ámbito de la psicología podemos observar que se han desarrollado estudios sobre inteligencias específicas, lo cual implica un desarrollo amplio del concepto de la misma y en consecuencia, una mejor comprensión de los ámbitos en los que podemos ser inteligentes; esto es crucial para entender las competencias del autoconocimiento, ya que al abordar dicho tema de forma analítica podemos disponer de una mejor comprensión al respecto.
Así pues, un artículo publicado en 1990 por Peter Salovey, y Jhon Mayer se menciona y desarrolla por primera vez el concepto de inteligencia emocional, que consiste en la habilidad para manejar los sentimientos y emociones, discriminar entre ellos y utilizar estos conocimientos para dirigir los propios pensamientos y acciones. Sin embargo, fue con la publicación del libro La Inteligencia Emocional (1995) de Daniel Goleman cuando el concepto se difundió rápidamente.
Se ha comprobado que la inteligencia emocional brinda beneficios a las personas en cuanto al reconocimiento y regulación de las emociones propias, así como también de sus habilidades socioemocionales, las cuales se ven reflejadas en las competencias del autoconocimiento y rendimiento como persona.
El autoconocimiento emocional consiste en identificar nuestras propias emociones, saber cómo sentimos, por qué sentimos lo que sentimos y saber cómo tendemos a expresarnos. Así pues, el autoconocimiento emocional analiza todas estas partes del mundo emocional de una persona. Para ello se ha de realizar un ejercicio de introspección profundo y observarnos un poco por dentro para analizar cómo reaccionamos ante determinados estímulos y qué emociones nos suscitan.
Aunque pueda sonar sencillo, en algunas ocasiones ni nosotros mismos podemos explicarnos de primeras por qué experimentamos ciertas emociones como la ansiedad, o no sabemos exactamente cómo sentirnos hacia determinados estímulos que exigen una respuesta por nuestra parte y una toma de decisiones. Además de esto, es de suma importancia en la relación con los demás la manera en la que expresamos nuestras emociones, pensamientos y opiniones. Por ello, el autoconocimiento emocional es indispensable para crecer como persona, mantener una relación de pareja y amistad sanas, conservar un buen clima laboral, forjar unos lazos familiares fuertes, y un sinfín de factores sociales y personales en nuestra vida.
La educación emocional se enfoca en capacitar a las personas en los conocimientos y competencias emocionales que les permitan afrontar la vida tanto personal como profesional con éxito y aumentar su bienestar, el cual es indispensable para desarrollar adecuadamente nuestras competencias del autoconocimiento.
Es decir, la educación emocional nos enseña las competencias básicas y emocionales intrapersonales e interpersonales que necesitamos para el buen desenvolvimiento personal, social y laboral. Asimismo, podemos aprovechar para definir nuevamente, esta vez desde otro punto de vista, a las competencias emocionales, que Rafael Bisquerra interpreta como “[…] la capacidad de movilizar adecuadamente un conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para realizar actividades diversas con un cierto nivel de calidad y eficacia […]”.
Al referirnos al concepto de competencias del autoconocimiento tomando en cuenta el contexto propio, social y humano, entendemos que la palabra “competencias” habla de aquellas habilidades, capacidades y conocimientos que una persona tiene para cumplir eficientemente determinada tarea. No solo incluyen aptitudes teóricas, sino también definen el pensamiento, el carácter, los valores y el buen manejo de las situaciones problemáticas.
Así pues, se entiende que dichas capacidades dependen de nuestro desarrollo, autoevaluación personal y por ende competencias emocionales que vamos adquiriendo mediante el aprendizaje y la formación con experiencias diarias. Estas son características que capacitan a alguien en un determinado campo, combinando las destrezas y la capacidad en desempeñar una función de forma efectiva y transversal en el tiempo, generalmente definidas en el ámbito profesional o de producción.
Partiendo de esto último, queda claro que las competencias del autoconocimiento no solo influyen en nosotros mismos, sino en nuestro posible desempeño laboral y, como veremos más adelante, en nuestro entorno social.
Desarrollar un entorno de amigos depende en mucho de nuestras habilidades sociales, y estas, a su vez, dependen de las competencias del autoconocimiento. Básicamente, tus éxitos profesionales, la relación con tus amigos y la imagen que proyectas dependen de tus habilidades sociales, no de tus conocimientos o títulos universitarios. Pero para eso es necesario conocerse a sí mismo, aceptarse y aprovechar nuestras competencias para ser felices.
En principio, la autopercepción que la persona tiene de sí misma es la base para que se evalúe en relación con el trabajo social, y de acuerdo con esta concepción las competencias del autoconocimiento como valor profesional básico del trabajo social tiene las siguientes dimensiones:
Entre los beneficios que desarrollan las competencias del autoconocimiento para el ámbito social y profesional encontramos:
En resumen, las competencias del autoconocimiento permiten que la persona desarrolle el perfil requerido para el puesto de trabajo, otorgándole más oportunidades de ser elegido por la empresa para el cargo determinado.
En este punto nos detendremos, puesto que estas competencias específicas son las que componen las competencias del autoconocimiento.
Al saber tomar conciencia de nuestras emociones, regularlas y tener la autonomía suficiente para ser dueños y responsables de nuestros pensamientos, emociones y comportamientos, podemos empezar a desarrollar ciertas competencias intrapersonales. Como por ejemplo: la autoconfianza, la autoestima, la autodisciplina y la autogestión, las cuales se requieren para tener un buen liderazgo en el campo laboral y un papel principal en tu entorno social.
Cabe destacar que, tomado en cuenta los beneficios que nos ofrecen las competencias del autoconocimiento podemos elaborar un perfil más detallado de un conjunto muy importante de competencias intrapersonales que nos ayudarán a tener una visión más amplia de lo que ya hemos hablado.
Se refiere a la capacidad para tomar conciencia de las emociones y sentimientos propios y ajenos.
Se basa en un conjunto de habilidades que permiten la gestión y canalización saludable de las emociones para lograr el objetivo deseado, por ejemplo, salir de un estado de desánimo a uno de alegría.
Es aquella que permite a la persona ser y sentirse dueña y responsable de sus propios pensamientos, emociones y comportamientos, así como de motivarse en la vida. Algunas de sus competencias específicas son:
La meditación es una práctica que permite a una persona centrarse en el momento presente y prestar atención a sus pensamientos, emociones y sensaciones físicas. Si dedicamos un tiempo a la meditación, podremos explorar nuestros patrones de pensamiento, identificar emociones reprimidas y aprender a aceptar la vida tal y como es.
La escritura reflexiva es una actividad que implica escribir sobre las experiencias y pensamientos personales. Al escribir sobre uno mismo, una persona puede profundizar en sus emociones y pensamientos, y obtener una mayor comprensión de sí mismo. Esto ayuda a identificar comportamientos tóxicos y pensamientos intrusivos poco saludables y proporcionar una visión más clara de los objetivos y necesidades personales.
La terapia es una forma estructurada de autoexploración con la ayuda de un profesional capacitado. Un terapeuta proporciona un espacio seguro para que una persona hable sobre sus pensamientos y emociones, por lo que facilita que salgan a flote comportamientos perjudiciales y sentimientos negativos. Como solución, un terapeuta puede ofrecer herramientas y estrategias para mejorar la salud mental y el bienestar emocional de una persona.
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