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Entender las partes de la rodilla, que comprenden desde los grandes cóndilos femorales hasta los minúsculos sacos sinoviales, ayuda a comprender por qué este engranaje articular es, al mismo tiempo, potente y vulnerable.
De este modo, la rodilla es la bisagra maestra que convierte la fuerza que nace en la cadera y se transmite al tobillo en un movimiento estable y eficiente, absorbiendo impactos al correr y nos permite agacharnos para atarnos los zapatos.
Existen 3 compartimentos óseos recubiertos por meniscos, tensados por 8 ligamentos mayores y lubricados por una red de bursas, las cuales reducen la fricción hasta niveles microscópicos.
Cuando cualquiera de estas piezas falla, aparecen el dolor, chasquidos o inestabilidad, de forma tal que, conocerlas con detalle, se trata del primer paso para la prevención, la rehabilitación y, en casos extremos, la planificación quirúrgica.
Así pues, la rodilla es la articulación sinovial más grande del cuerpo humano, que funciona como una bisagra modificada que permite flexión (0–135 °), extensión y una rotación axial de 10–15 ° cuando está flexionada.
Mecánicamente, combina estabilidad gracias a los ligamentos cruzados y colaterales con movilidad, gracias a la forma de las superficies articulares, femorales y tibiales.
A nivel vascular, la red anastomótica genicular mantiene el flujo sanguíneo, incluso con la rodilla completamente flexionada, evitando isquemia.
Neurológicamente, ramas del nervio femoral, ciático y obturador proporcionan propiocepción de alta resolución que informa al cerebro de la posición de la pierna en cada salto o zancada.
Ese aporte sensitivo es tan preciso que un deportista puede corregir la trayectoria de la zancada en milésimas de segundo si pisa un terreno irregular.
A grandes rasgos, las partes de la rodilla se agrupan en 4 categorías que actúan como los instrumentos de una orquesta:
El resultado conjunto permite soportar hasta 7 veces el peso corporal al aterrizar de un salto, repartir la carga uniformemente y, al mismo tiempo, mantener la flexibilidad suficiente para sentarse en cuclillas.
Los componentes óseos de la anatomía de la rodilla son los siguientes:
La superficie articular presenta 2 cóndilos femorales que descansan sobre las mesetas tibiales, con la rótula deslizándose por la tróclea femoral cuando el cuádriceps se contrae.
El cartílago hialino, que tiene entre 2 y 6 mm de grosor, reduce la fricción y distribuye la carga, de forma que, la presión media no supere los 3 MPa durante la marcha.
Los cóndilos medial y lateral forman el “techo” de la articulación, separados posteriormente por la escotadura intercondílea en la que se anclan los ligamentos cruzados.
Su curvatura asimétrica explica la ligera rotación interna que bloquea la rodilla en la fase final de la extensión, siendo un fenómeno conocido como screw-home mechanism.
Las mesetas tibiales medial (cóncava) y lateral (algo convexa) sostienen los meniscos y reciben la carga femoral.
La tuberosidad tibial anterior aloja la inserción del tendón rotuliano, que es clave para transmitir la potencia del cuádriceps.
Una almohadilla adiposa, la grasa de Hoffa, amortigua este tendón y actúa como reservorio inmunológico.
El hueso sesamoideo más grande del cuerpo es una de las partes de la rodilla que actúa como polea que amplifica un 30 % el momento de fuerza del cuádriceps y protege la región anterior de impactos directos.
Su cara posterior articula con la tróclea a lo largo de un surco en V que mantiene la alineación durante la flexo-extensión, guiada por los retináculos.
Los tejidos blandos de la rodilla son las siguientes:
Es una de las partes de la rodilla que recubre la cara interna de la cápsula articular y produce unos 4 mL de líquido sinovial, rico en ácido hialurónico, que lubrica, nutre y elimina desechos metabólicos del cartílago. Un aumento de volumen puede indicar sinovitis tras traumatismos o artritis reumatoide.
En cuanto a la estructura de la rodilla y sus partes, la cápsula articular envuelve la articulación como una manga fibrosa resistente, pero flexible.
Se refuerza anteromedial y anterolateralmente con expansiones del cuádriceps, la fascia lata y la cintilla iliotibial, lo que añade estabilidad dinámica al movimiento.
En lo que concierne a la articulación de la rodilla con sus partes, los retináculos son bandas de tejido conectivo que se extienden desde la rótula hacia los cóndilos y la tibia. El retináculo lateral, si está demasiado tenso, puede desalinear la rótula y producir el síndrome femoropatelar.
Por el contrario, un retináculo medial insuficiente favorece la luxación rotuliana recidivante.
Más de 13 sacos sinoviales amortiguan rozamientos en puntos de alta fricción, la prerrotuliana (apoya en el suelo al arrodillarse), infrapatelar profunda (entre tendón y tibia) y anserina (cara medial).
La inflamación de cualquiera de ellas genera “bursitis”, que es frecuente en corredores y personas que trabajan de rodillas.
Los meniscos son una de las partes de la anatomía de la rodilla que se tratan de unas semilunas fibrocartilaginosas que aumentan un 30 % la congruencia articular y absorben impactos.
El menisco medial es menos móvil y se lesiona con mayor frecuencia al ser “pisado” entre el cóndilo femoral y la tibia cuando la pierna rota externamente.
Asimismo, el menisco lateral reparte la carga en giros rápidos, tales como los del baloncesto.
Ambos meniscos solamente reciben vascularización en la periferia (zona roja), lo que explica por qué las roturas centrales cicatrizan mal y, a menudo, requieren sutura o meniscectomía parcial.
En lo que respecta a la articulación de la rodilla y sus partes, los extensores (cuádriceps) y flexores (isquiotibiales, gastrocnemio), estabilizan dinámicamente la rodilla.
El poplíteo desbloquea la articulación al iniciar la flexión, mientras que, el tensor de la fascia lata controla la rotación femoral interna durante la fase de apoyo de la marcha.
Asimismo, los programas de fortalecimiento excéntrico de isquiotibiales reducen de forma significativa la incidencia de lesiones de ligamento cruzado anterior (ACL) en atletas jóvenes.
Los colaterales (MCL y LCL) son partes de la rodilla que evitan abducción-aducción; los cruzados (ACL, PCL) controlan traslación anteroposterior.
El ACL limita el desplazamiento anterior de la tibia; el PCL impide el posterior, actuando de “cinturón de seguridad” interno.
De igual modo, el ACL soporta fuerzas de hasta 2.500 N antes de romperse; de ahí la importancia de la prevención.
Cada componente descrito de las partes de la rodilla se sincroniza de manera exquisita para que esta combine potencia, estabilidad y flexibilidad durante toda la vida.
De tal forma, si cualquiera de estas se degenera o lesiona, el patrón de marcha se altera y la calidad de vida se resiente de inmediato. Tan sola basta una rotura de menisco o el desgarro de un ligamento para convertir tareas cotidianas, tales como subir escaleras, conducir o jugar con los hijos en desafíos dolorosos.
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