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Comprender cómo se compone la anatomía del codo de diversos huesos, ligamentos, vasos y nervios, ofrece la base para prevenir lesiones deportivas, interpretar radiografías o planificar intervenciones quirúrgicas mínimamente invasivas.
Así pues, el codo es mucho más que una simple bisagra entre brazo y antebrazo, debido a que, este permite llevar una taza a la boca, lanzar una pelota o sostener el manillar de una bicicleta con precisión milimétrica.
El codo es una compleja articulación sinovial compuesta por 3 mini-articulaciones, que son el húmero-cúbito, húmero-radio y radio-cúbito proximal, encontrándose encapsuladas y estabilizadas por un entramado de colaterales y músculos que armonizan fuerza con fineza.
Además, la evolución ha convertido este engranaje óseo en una auténtica “bisagra inteligente”, contando con un diseño que permite que la mano cambie de orientación sin comprometer la circulación sanguínea ni la sensibilidad fina de los dedos.
Cada vez que apoyamos el antebrazo sobre la mesa para teclear, un delicado equilibrio entre presión intraarticular y tensión ligamentosa, mantiene lubricadas las superficies sin desgaste prematuro.
Por tal motivo, fisioterapeutas y entrenadores de alto rendimiento insisten en educar sobre ergonomía y fortalecimiento del tríceps y los flexores profundos, de modo que, un codo fuerte y bien alineado se traduce en mayor rendimiento funcional y menor riesgo de tendinopatías crónicas.
En la unión del húmero con el radio y el cúbito, convergen 3 superficies clave:
Juntas permiten flexión-extensión y el giro de la palma (pronación/supinación), mientras que, la cápsula fibrosa rodea todo el complejo y se inserta en los rebordes de estas caras articulares, tapizada internamente por la membrana sinovial.
Los ligamentos colaterales son partes de la anatomía y fisiología del codo, que actúan como “rieles” que mantienen las superficies en su sitio cuando lanzamos un balón o cargamos peso por encima de la cabeza:
Las caras humerales soportan la carga axial, mientras que, la fosa olecraniana es una de las partes de la anatomía del codo que recibe el olécranon en extensión total y la fosa coronoidea aloja la apófisis coronoides durante la flexión, protegiendo vasos y nervios que cruzan la región anterior.
El codo forma un “intercambiador” vascular gracias a 3 pares de arterias recurrentes (radial, ulnar anterior y ulnar posterior) que se anastomosan con ramas colaterales de la arteria braquial profunda.
Este retículo garantiza perfusión incluso con el codo al máximo de flexión.
La inervación sensitivo-motora procede de 3 troncos principales:
La articulación actúa mecánicamente como una bisagra compuesta con un rango medio de 0–150 ° de flexión y cerca de 160° de rotación total de antebrazo.
Así pues, un sistema de poleas musculares transfiere la fuerza desde el húmero hasta la mano, permitiendo tareas que van de la escritura fina a la halterofilia.
La extensión pura acerca el antebrazo al eje posterior del brazo, esencial para apoyar el cuerpo al caer o empujar una puerta.
El origen es el tubérculo infraglenoideo (cabeza larga) y cara posterior del húmero; la inserción es el olécranon cubital mediante tendón común, mientras que, la inervación es el nervio radial.
Así pues, su gran palanca le permite generar picos de hasta 1.000 N en press de banca.
Flexionar acerca la mano al hombro, tratándose de un movimiento crítico para comer o usar el teléfono.
Escondido bajo el bíceps, consiste en uno de los músculos de la anatomía del codo, que es el verdadero “caballo de tiro” de la flexión. Trabaja igual en pronación o supinación.
Además de flexor, actúa como supinador potente cuando la articulación radio-cúbito proximal gira la palma hacia arriba.
Pronadores (pronador; redondo y cuadrado) y supinadores (supinador, bíceps) usan la cabeza del radio como pivote dentro del ligamento anular, permitiendo orientar la palma para teclear o atornillar un tornillo.
Conocer la anatomía del codo permite diagnosticar y tratar los problemas frecuentes de esta región:
La epicondilitis lateral o codo de tenista, produce dolor en el epicóndilo por sobreuso de extensores de muñeca; suele manejarse con fisioterapia y cambios ergonómicos.
Al respecto, la artritis reumatoide puede erosionar cartílago y hueso, limitando la prono-supinación.
Un golpe o caída con el brazo extendido, puede romper alguna de las piezas óseas.
Especialmente frecuente en niños de 5-8 años, el fragmento distal puede lesionar la arteria braquial y requerir reducción urgente.
Representa un tercio de las fracturas de la anatomía de la articulación del codo en adultos. El dolor lateral y la pérdida de rotación antebraquial son signos típicos; pequeñas líneas de fractura a veces exigen tomografía para verse.
La vena mediana cubital cruza en diagonal la fosa del codo y, al estar poco profunda, es el sitio preferido para extracción sanguínea e inserción de catéter intravenoso.
Aunque solemos darle poca atención, el codo integra con maestría estabilidad ósea, control ligamentoso, potencia muscular y precisión neurológica, de modo que, cuando extendemos el brazo para saludar o giramos un destornillador, cada componente descrito coopera para transformar impulsos cerebrales en movimiento fino.
En este sentido, la comprensión de la anatomía del codo no solamente orienta a cirujanos y fisioterapeutas; sino que también empodera a deportistas, pacientes y cuidadores para adoptar posturas seguras, detectar lesiones tempranas y valorar la sorprendente ingeniería natural que sostiene nuestras actividades cotidianas.
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