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El concepto de agresividad según autores se ha estudiado desde el psicoanálisis, la psicología social y la sociología, tratándose de un conjunto de conductas, emociones y cogniciones orientadas a dañar, dominar o imponerse, bien sea de forma directa como golpear e insultar o indirecta, es decir, mediante la exclusión o humillación.
Este es un fenómeno multicausal, puesto que, intervienen factores biológicos, psicológicos y socioculturales que se combinan en función de la situación.
La agresividad implica intencionalidad de causar daño físico o psicológico, al igual que de imponer la propia voluntad con menosprecio del otro.
Su forma visible, es decir, la agresión, puede medirse en frecuencia, intensidad y modalidad.
Una referencia concisa y de alta autoridad se trata de la entrada aggression del APA Dictionary of Psychology, que define la conducta agresiva como un acto dirigido a lastimar a otra persona que desea evitarlo, precisando variantes como la física, verbal, indirecta, al igual que, motivaciones, es decir, reactiva y proactiva.
Algunas definiciones de agresividad según autores son las siguientes:
Con respecto al concepto de agresividad según autores, desde el psicoanálisis clásico, Sigmund Freud interpretó la agresividad como expresión de pulsiones (incluida la autodestructiva), moduladas por la cultura y el superyó.
En su obra tardía planteó la tensión entre Eros, es decir, vida, así como Tánatos, la muerte, con la violencia como posible derivación cuando fallan la sublimación y los vínculos sociales.
En lo que concierne al concepto de agresividad según autores, para Albert Bandura, la agresividad se aprende observando modelos de familia, pares, medios, al igual que, a través del refuerzo.
El célebre programa experimental con muñecos Bobo mostró que la exposición a modelos agresivos aumenta la probabilidad de conductas similares.
Con relación al concepto de agresividad según autores, Arnold H. Buss y Mark Perry propusieron en 1992 una medición de la agresividad como rasgo con 4 dimensiones que son agresión física, agresión verbal, ira y hostilidad.
Uno de los grandes aportes a la agresividad según Buss y Perry fue su Aggression Questionnaire, que se validó ampliamente y sigue siendo uno de los instrumentos más usados en investigación aplicada. Puede consultarse la referencia original en APA PsycNet: “The Aggression Questionnaire” (1992).
En cuanto a la definición de agresividad según autores, Erich Fromm distinguió una agresividad benigna, defensiva, que está orientada a la supervivencia, al igual que, una maligna, es decir, cruel y destructiva, vinculando esta última a condiciones sociales de alienación y autoritarismo.
Esta lectura humanista en las teorías de la agresividad introduce un criterio ético y contextual a la interpretación de conductas agresivas.
Con respecto al concepto de agresividad según autores, en sociología, los enfoques de control social y aprendizaje diferencial explican la agresividad como producto de normas, subculturas y oportunidades.
En psicología social, se integran teorías cognitivas, tales como atribuciones y sesgos hostiles, así como modelos de frustración‑agresión actualizados que matizan el peso de la provocación y la regulación emocional.
Así pues, comprender estas capas permite evaluar y actuar mejor en la escuela, la salud, el trabajo y la comunidad.
Las características de la agresividad son las siguientes:
La agresividad aparece en todas las edades y contextos que comprenden desde la infancia hasta la adultez, con expresiones distintas según normas culturales y de género. Puede ser situacional con una respuesta puntual o rasgo relativamente estable.
En entornos como la escuela, el trabajo o la calle, cambia de forma y de intensidad. Por eso, conviene evaluarla con instrumentos válidos y observación contextual.
Algunos tipos de agresividad según la literatura son las siguientes:
La física usa el cuerpo u objetos para causar daño como empujar y golpear. La verbal agrede con palabras o tono, es decir, insultos, gritos y amenazas.
Ambas pueden combinarse con formas indirectas como rumores y exclusión, que minan reputación o pertenencia.
La reactiva responde a una provocación percibida, suele acompañarse de ira y menor control.
Por su parte, la proactiva es instrumental, en vista de que busca un objetivo, ya sea estatus y recursos, con menos activación emocional y más planificación.
La instrumental usa la agresión como medio para un fin; la emocional surge de un estado afectivo intenso como rabia y frustración, así como busca descargar tensión, a veces sin un objetivo externo claro.
Los modelos conductuales y cognitivos de Bandura con teorías de atribución, privilegian criterios funcionales, ya sea reactiva y proactiva, así como modales, es decir, física, verbal e indirecta.
Los enfoques de rasgo de Buss y Perry, organizan la evaluación en dimensiones que combinan conducta física y verbal con afecto (ira) y cognición (hostilidad).
Desde el psicoanálisis, la distinción defensiva vs. destructiva de Fromm con líneas freudianas, aporta el eje benigna/maligna y, en la práctica, los equipos clínicos, educativos y de seguridad integran varios ejes para una clasificación útil.
Los factores que influyen en la agresividad son los siguientes:
Genética y neurotransmisores, tales como, por ejemplo, serotonina y dopamina, al igual que, sistemas de estrés y lesiones o disfunciones del lóbulo prefrontal, las cuales pueden aumentar la impulsividad y el umbral de respuesta agresiva.
El sexo biológico y la edad también modulan patrones, aunque el aprendizaje y las normas pueden amplificar o mitigar diferencias.
Rasgos de impulsividad y búsqueda de sensaciones; esquemas cognitivos de sesgo de hostilidad; habilidades socioemocionales como regulación y empatía, al igual que, la historia de aprendizaje con refuerzos a conductas agresivas, influyen en la probabilidad y forma de respuesta.
Modelos familiares, pares, medios y redes sociales, ofrecen guiones de conducta; normas de barrio, escuela y trabajo pueden tolerar o sancionar la agresividad.
Así pues, factores estructurales como desigualdad, exclusión y violencia comunitaria, elevan la exposición a situaciones provocadoras y reducen alternativas de afrontamiento.
Algunas críticas y debates en torno al concepto de agresividad son los siguientes:
Definición y frontera con violencia: algunos autores reclaman precisión para no confundir la agresión con otras conductas competitivas o asertivas.
Medición: los autoinformes son sensibles a sesgos, siendo recomendable combinar con observación y terceras fuentes.
Causalidad: identificar mecanismos biológicos, cognitivos y sociales, evita interpretaciones monocausales y estigmatizantes.
Cultura y género: la lectura de la agresividad cambia con normas culturales y expectativas de género, de forma que, ignorarlo, distorsiona diagnósticos e intervenciones.
Entre los ejemplos y aplicaciones prácticas, podemos mencionar los siguientes:
Escuela: programas que enseñan autorregulación, resolución de conflictos y aprendizaje socioemocional, disminuyen incidentes.
Salud: en contextos hospitalarios, protocolos para desescalamiento verbal, oferta de espacios seguros y apoyo post‑incidente, reducen riesgos.
Trabajo: políticas contra el acoso y la violencia laboral, así como canales de reporte y formación de mandos en gestión de conflictos, mejoran el clima.
Comunidad: iniciativas vecinales y municipales que fortalecen convivencia y mediación comunitaria, ayudan a prevenir escaladas.
El concepto de agresividad según autores combina miradas biológicas, psicológicas y sociales, tales como la de Freud, quien subrayó pulsiones y cultura; Bandura, que mostró el aprendizaje por observación; Buss y Perry, los cuales dieron un marco multidimensional y Fromm, que abrió el eje benigna/maligna.
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