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El eccema, también conocido como dermatitis, es una de las enfermedades inflamatorias de la piel más comunes. Aunque no es contagioso, sí es molesto, puede afectar a cualquier persona y muchas veces tiene un impacto importante en la calidad de vida. En la piel aparecen enrojecimiento, picor, sequedad, inflamación e incluso ampollas o costras, dependiendo del tipo de eccema y de la gravedad del brote. Pero ¿por qué aparece el eccema? ¿Qué lo desencadena y cómo se puede tratar?
Podemos entender el eccema como una reacción exagerada del sistema inmunitario que provoca una inflamación crónica o intermitente de la piel.
Esta reacción suele darse en personas con una predisposición genética, cuya piel tiene una barrera cutánea más frágil, lo que facilita la pérdida de agua y la entrada de alérgenos, bacterias o irritantes. En estos casos, el sistema inmunológico se activa con más facilidad, dando lugar a una respuesta inflamatoria desproporcionada.
Los síntomas más habituales del eccema incluyen picor intenso, enrojecimiento, sequedad, descamación y, en ocasiones, pequeñas ampollas que pueden romperse y formar costras.
Estas lesiones pueden aparecer en distintas partes del cuerpo, como las manos, la cara, el cuello, el cuero cabelludo, los párpados o los pliegues de los codos y rodillas, aunque su localización varía según la edad y el tipo de eccema. Por ejemplo, en los bebés es muy común que aparezca en mejillas y cuero cabelludo, mientras que en los adultos suele localizarse en zonas más extensas del cuerpo.
Existen diferentes tipos de eccema y cada uno tiene sus propias características. El más frecuente es el eccema atópico, asociado a antecedentes familiares de asma, rinitis o alergias. Afecta sobre todo a niños, aunque también puede persistir en la edad adulta.
Otro tipo muy común es el eccema seborreico, que se manifiesta con escamas amarillentas y enrojecimiento en zonas ricas en glándulas sebáceas, como el cuero cabelludo, las cejas, los pliegues nasales o detrás de las orejas. En los bebés, se conoce como costra láctea.
El eccema de contacto puede deberse a una irritación por productos químicos como detergentes o cosméticos, o a una reacción alérgica frente a una sustancia concreta, como el níquel o ciertos perfumes. En estos casos, la piel reacciona justo en la zona de contacto, con enrojecimiento, picor y, a veces, ampollas.
Por otro lado, el eccema dishidrótico afecta principalmente a las palmas de las manos y plantas de los pies, generando pequeñas vesículas muy pruriginosas. El estrés, el sudor o el calor pueden favorecer su aparición. También existe el eccema numular, caracterizado por lesiones redondeadas que recuerdan a monedas, muy pruriginosas y con tendencia a formar costras.
Las causas del eccema son multifactoriales. A la predisposición genética se suman factores ambientales, irritantes, alergias, estrés, infecciones cutáneas y cambios climáticos. Incluso el uso excesivo de jabones o cosméticos inadecuados puede dañar la barrera de la piel y favorecer la aparición de brotes.
Además, en personas con dermatitis atópica, se ha demostrado que existe un déficit en la producción de una proteína llamada filagrina, esencial para mantener la función de barrera cutánea.
Aunque el eccema no tiene una cura definitiva, sí existen tratamientos eficaces para aliviar los síntomas y controlar los brotes. El primer paso siempre es cuidar la piel de forma constante, incluso en los periodos sin lesiones. La hidratación diaria con cremas emolientes es clave para reforzar la barrera cutánea y prevenir la sequedad. Es importante elegir productos sin perfumes ni alcohol, formulados para pieles sensibles.
También conviene evitar los factores desencadenantes, como detergentes agresivos, ropa sintética, el frío extremo o los baños muy calientes. Cuando aparece un brote, el tratamiento más utilizado son los corticoides tópicos, que ayudan a reducir la inflamación. Se deben usar durante periodos cortos y siempre bajo indicación médica.
En zonas delicadas como los párpados o la cara, pueden emplearse inmunomoduladores tópicos como el tacrolimus o el pimecrolimus. En los casos en los que hay infección, el médico puede recetar antibióticos tópicos u orales. Para aliviar el picor, a menudo se recurre a antihistamínicos, sobre todo por la noche. En situaciones más graves o resistentes al tratamiento convencional, pueden utilizarse fármacos inmunosupresores o incluso terapias biológicas como el dupilumab, que ha demostrado eficacia en la dermatitis atópica moderada o severa.
En algunos pacientes, especialmente cuando el eccema es crónico y no responde bien a las cremas, la fototerapia puede ser una opción. Este tratamiento se basa en la exposición controlada a luz ultravioleta en sesiones supervisadas por un dermatólogo. También se están investigando nuevos enfoques terapéuticos, como el uso de probióticos para modular la microbiota cutánea o la aplicación de tratamientos personalizados basados en biomarcadores.
Lo más importante es recordar que el eccema, aunque persistente, se puede manejar con éxito si se combina una buena rutina de cuidado de la piel, la evitación de los desencadenantes personales y el tratamiento adecuado durante los brotes. Consultar con un dermatólogo es esencial para recibir un diagnóstico preciso y diseñar una estrategia individualizada. Cada piel es distinta y lo que funciona para una persona puede no ser eficaz para otra.
El eccema no es solo una cuestión estética, sino una condición inflamatoria real que merece atención médica. Con el enfoque correcto, es posible mejorar notablemente los síntomas y recuperar el bienestar cutáneo.
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Mayo Clinic. (2023). Dermatitis atópica (eccema): Síntomas y causas. https://www.mayoclinic.org/es/diseases-conditions/atopic-dermatitis-eczema/symptoms-causes/syc-20353273
MedlinePlus. (2022). Eccema. Biblioteca Nacional de Medicina de EE. UU. https://medlineplus.gov/spanish/eczema.html
Mandal, A. (2023). Eccema: Qué es, tipos, síntomas y tratamiento. Medical News Today. https://www.medicalnewstoday.com/articles/es/eczema
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