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El uso de las pantallas ha tenido un impacto significativo en la sociedad actual, ya que cada vez más personas utilizan diariamente dispositivos electrónicos. Estás en el supermercado, en la biblioteca o simplemente en el gimnasio, y puedes ver a personas mirando una pantalla. Se ha convertido en un complemento imprescindible en todos los ámbitos de la vida cotidiana, influyendo en la forma en que trabajamos, nos comunicamos, aprendemos y nos relacionamos socialmente.
El campo educativo es uno de los principales sectores en los que se utilizan pantallas, ya que, en los últimos años, los centros educativos han estado transformando sus metodologías tradicionales e incorporando el uso de tecnologías en los procesos de enseñanza-aprendizaje. La realidad virtual, la inteligencia artificial o las plataformas de aprendizaje digital son algunas de las herramientas tecnológicas más utilizadas actualmente en el aula.
Un buen uso de estas tecnologías puede aportar múltiples beneficios al aprendizaje del alumnado. Entre ellos, destaca la posibilidad de personalizar el ritmo educativo, permitiendo que cada alumno avance según sus propias capacidades y necesidades.
Asimismo, el acceso inmediato a una gran cantidad de información amplía las oportunidades de investigación y descubrimiento, enriqueciendo el proceso formativo. El uso de herramientas digitales también contribuye al desarrollo de competencias clave, como la alfabetización digital. Del mismo modo, puede mejorar la motivación del alumnado, especialmente cuando se incorporan recursos interactivos y dinámicos, favoreciendo un aprendizaje más activo, autónomo y colaborativo.
No obstante, el uso excesivo de pantallas puede tener consecuencias negativas en el proceso de aprendizaje, especialmente cuando no se utiliza de manera consciente y equilibrada.
Entre los principales riesgos se encuentra la distracción constante, ya que los dispositivos digitales suelen ofrecer múltiples estímulos simultáneos que dificultan la concentración sostenida. Esta sobreestimulación puede generar una disminución progresiva en la capacidad de atención, haciendo que el alumnado tenga dificultades para mantener el foco en tareas que requieren esfuerzo cognitivo prolongado. Además, el uso prolongado de pantallas está asociado al sedentarismo, lo que puede afectar negativamente la salud física y mental del alumnado.
Otro aspecto preocupante es que se han observado problemas visuales, como fatiga ocular y visión borrosa, derivados del tiempo excesivo frente a dispositivos electrónicos.
Asimismo, cuando la interacción digital sustituye de manera sistemática la comunicación cara a cara, puede verse afectado el desarrollo de habilidades sociales esenciales, como la empatía, la escucha activa y la resolución de conflictos.
Por ello, es fundamental que el uso de pantallas en entornos educativos se realice de forma equilibrada, supervisada y contextualizada dentro de un enfoque pedagógico que priorice no solo la calidad del aprendizaje, sino también el bienestar físico, emocional y social del alumnado.
Desde el aula, es necesario contar con estrategias pedagógicas bien definidas en las que las pantallas se utilicen como herramientas complementarias que potencien el aprendizaje, y no como sustitutas del docente ni de las metodologías activas tradicionales. Estas estrategias deben estar orientadas a un uso responsable, crítico y educativo de la tecnología, en las que se integren el uso de las pantallas de forma coherente con los objetivos pedagógicos de cada etapa educativa.
Para lograrlo, es fundamental que los docentes cuenten con una formación adecuada en el uso pedagógico de las TIC. Sin embargo, no se trata solo de conocer las herramientas digitales, sino de saber integrarlas de manera efectiva en la planificación didáctica.
Del mismo modo, es imprescindible que el currículo educativo establezca de forma clara y concreta los objetivos, contenidos y competencias digitales que se deben desarrollar en cada curso académico, garantizando así una implementación adecuada de la tecnología en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Por otro lado, es necesario que desde el centro educativo se establezcan límites claros y normas bien definidas en los centros educativos. Según las recomendaciones de organismos internacionales como la OMS, los niños menores de dos años no deberían tener exposición a pantallas, y aquellos entre tres y cuatro años no deberían sobrepasar una hora diaria.
Otra de las estrategias destacadas es buscar alternativas educativas que equilibren el uso de la tecnología con actividades que favorezcan el desarrollo integral del alumnado. Por ejemplo, fomentar la lectura para estimular la imaginación y el pensamiento crítico, promover juegos que desarrollen habilidades sociales y motrices, así como incorporar actividades deportivas y al aire libre que contribuyan al bienestar físico y emocional del alumnado.
Asimismo, es importante involucrar a las familias en este proceso, brindándoles orientación y apoyo para que puedan acompañar y supervisar adecuadamente el uso de las pantallas en el hogar. La colaboración entre docentes, alumnado y familias fortalece un enfoque coherente y consistente que fomenta hábitos digitales saludables y responsables.
En definitiva, el uso de pantallas en el entorno educativo, cuando se realiza de forma equilibrada, consciente y con un propósito pedagógico claro, puede ser una herramienta poderosa para enriquecer el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Sin embargo, es fundamental tener en cuenta que su mal uso puede provocar obstáculos y problemas que pueden afectar al bienestar integral del alumnado.
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