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El páncreas artificial constituye un avance tecnológico diseñado para emular la función endocrina del páncreas, ya que regula los niveles de glucosa en sangre de forma automática. Incluye un sensor que mide estos niveles de forma continua y gracias a un algoritmo de control y una bomba de insulina, se ajusta la dosis necesaria de insulina en tiempo real.
El páncreas artificial es un sistema tecnológico avanzado diseñado para imitar, de forma parcial, la función del páncreas humano en la regulación de la glucosa en sangre. Está especialmente indicado para personas con diabetes tipo 1, cuya capacidad de producir insulina se encuentra gravemente deteriorada debido a la destrucción autoinmune de las células beta del páncreas.
El objetivo principal de este dispositivo es mantener la glucemia dentro de un rango saludable de forma más precisa, constante y segura que con las estrategias tradicionales de inyección manual de insulina o el uso aislado de bombas y sensores.
Su funcionamiento se basa en un circuito automatizado, conocido como “sistema de asa cerrada” que realiza tres funciones:
Monitoriza continuamente los niveles de glucosa mediante un sensor que es subcutáneo, que aporta información inmediata de los niveles de glucosa en sangre
Procesa la información mediante un algoritmo matemático que calcula cuanta insulina se necesita en cada momento
Y administra automática la insulina necesaria mediante una bomba conectada, reduciendo así la necesidad de intervención por parte del paciente.
Y aunque no sustituye a un páncreas humano, ya que es un sistema parcial que automatiza solo parte del control de la glucosa, actualmente, hay líneas de investigación en curso que exploran el desarrollo de sistemas más avanzados, como los páncreas artificiales bihormonales, capaces de administrar tanto insulina como glucagón, con el objetivo de replicar de forma más completa la función endocrina del páncreas y mejorar aún más la estabilidad glucémica y la calidad de vida de las personas con diabetes tipo 1.
Recientemente, estos dispositivos han sido aprobados por agencias reguladoras internacionales para su uso clínico, lo que ha supuesto un gran paso hacia el control preciso de la diabetes de tipo I.
Se han desarrollado distintos sistemas que pueden clasificarse según la cantidad de funciones que replican del páncreas natural y el tipo de hormona que administran:
Sistema de suspensión ante hipoglucemia: Son los más básicos dentro del espectro de páncreas artificial. Su función principal es interrumpir de forma temporal la administración de insulina cuando detectan que los niveles de glucosa han bajado o están a punto de bajar a un umbral peligroso.
Suspensión por umbral: detienen la infusión de insulina cuando la glucosa alcanza un valor mínimo previamente establecido.
Suspensión predictiva: predicen una posible bajada grave de glucosa y actúan antes de que esta se produzca.
Estos sistemas no administran insulina de forma automatizada en caso de hiperglucemia, pero son especialmente útiles para prevenir hipoglucemias nocturnas, sobre todo en niños.
Dentro de esta categoría destacan los sistemas híbridos, que automatizan la infusión de insulina basal, pero requieren que el usuario intervenga en ciertas decisiones, como el cálculo de los bolos antes de comer. Son los más extendidos en la práctica clínica actual y han demostrado buenos resultados en el manejo diario de la diabetes tipo 1.
Al actuar con ambas hormonas, estos sistemas podrían reducir aún más el riesgo de hipoglucemia sin comprometer el control general de la glucosa.
Así mismo, se están evaluando otras combinaciones, como el uso conjunto de insulina con pramlintida, hormona análoga de la amilina que ayuda en la regulación de la absorción de la glucosa tras las comidas.
La aplicación del páncreas artificial en niños y adolescentes con diabetes tipo 1 representa uno de los mayores avances clínicos de la última década. Sin embargo, también es uno de los contextos más exigentes y complejos para este tipo de tecnología.
A diferencia del paciente adulto, el organismo infantil presenta una mayor variabilidad glucémica, un metabolismo acelerado y necesidades cambiantes relacionadas con el crecimiento, la actividad física y el desarrollo puberal. Además, factores como la alimentación irregular, la dependencia de cuidadores y la dificultad para identificar síntomas de hipo o hiperglucemia hacen que el control de la diabetes en la infancia sea especialmente delicado.
Por todo esto, estos sistemas de administración automatizada de insulina se están convirtiendo en una gran herramienta de utilidad clínica, pero también emocional. El hecho de poder anticiparse a las fluctuaciones de la glucosa, reduciendo así el riesgo de sufrir eventos agudos puede brindar a los pacientes y a sus familias una mayor sensación de seguridad, mejorar la calidad del sueño, disminuir la ansiedad asociada al control continuo y, en definitiva, aliviar parte de la carga emocional que implica convivir con esta enfermedad crónica.
Aunque estos dispositivos no reemplazan completamente la función pancreática, su capacidad para automatizar parte del control glucémico representa un avance significativo en términos de eficacia terapéutica y calidad de vida del paciente. Su consolidación en la práctica clínica dependerá de la evolución de la evidencia científica, la accesibilidad y la aceptación profesional.
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