La problemática de las drogas constituye un desafío global que, lamentablemente, sigue azotando a comunidades de todo el mundo. El impacto pernicioso de las drogas en la sociedad se manifiesta en diversos frentes, desde la salud pública hasta el tejido social, y afecta a personas de todas las edades y estratos sociales. Ante este escenario, el papel del trabajador social es un engranaje clave en la lucha contra las drogas, desempeñando un rol esencial en la prevención, el tratamiento y la rehabilitación de individuos atrapados en el ciclo de las adicciones.
La formación en educación social y drogodependencias se convierte en una herramienta imprescindible para aquellos que buscan contribuir al bienestar de la sociedad y brindar apoyo a quienes más lo necesitan. En este artículo, exploraremos en detalle la importancia de la educación social en la drogodependencia y cómo puede abordar eficazmente este desafío de salud pública.
Si bien nadie está exento desde la cuna de caer en una adicción, sí se puede esbozar un arquetipo de perfiles que tienden a consumir sustancias estupefacientes. Podemos afirmar que hay factores que impulsan a ciertas personas a probar drogas y a consumirlas con regularidad. Algunos son ampliamente conocidos por la población general, pero otros son menos evidentes. A grandes rasgos, podemos agruparlos en dos grandes categorías: factores macrosociales, que dependen de la cultura y sociedad en general, y factores microsociales, que están sujetos al grupo social en el que se mueve cada persona. Entre los factores decisivos que influyen en que una persona, especialmente adolescente, recurra a las drogas podemos destacar:
Parte esencial de la labor de los trabajadores consiste en atender a personas drogodependientes, por lo que son una pieza clave para el estudio de los factores sociales y personales que llevan a estos individuos a caer en la droga. Además, se encargan de crear redes de apoyo e identificar situaciones de riesgo para mejorar el bienestar de los individuos de forma que, eventualmente, se desintoxiquen de su adicción.
El protocolo por seguir dependerá de la institución para la que trabaje el trabajador social y de su propia forma de trabajar. Sin embargo, el procedimiento estándar por el que se rigen suele coincidir en una identificación primaria de factores desencadenantes de la drogodependencia, el diseño de estrategias de intervención, su implementación y un diligente seguimiento.
Para ello, en un primer momento, el trabajador social recaba información sobre el usuario, su vida y su entorno, bien sea de forma directa (entrevistándose personalmente con la persona drogodependiente) o indirecta (interactuando con personas de su entorno o a través de informes médicos). Aquí deberá registrar datos relevantes como el tipo de droga consumida, su frecuencia, tratamientos anteriores y recaídas, etc. en lo que se denomina historial social.
Posteriormente, el trabajador social analizará este historial social en busca de identificar cuáles son las posibles razones y factores que han empujado a esta persona a consumir drogas. Estos factores, como hemos explicado anteriormente, pueden originarse en su situación económica, problemas en el seno familiar, malas compañías, enfermedades, etc.
La etapa más importante a la hora de prestar un servicio de intervención social a un drogodependiente es la elaboración de un programa de intervención a medida según las circunstancias de cada persona. Luego, el trabajador social marcará unos objetivos y reunirá los recursos económicos y humanos necesarios para poder comenzar con un proceso de apoyo. Una vez el trabajador social anticipe que su intervención puede materializarse, procederá a informar de los objetivos del programa personalizado de intervención (PPI) al usuario y a su entorno.
No solo basta con implementar el PPI y dejar que fluya solo, sino que es indispensable que el trabajador social vigile de cerca los avances o retrocesos que vayan dándose en el usuario a lo largo de la intervención. Con frecuencia, deberá tratar con varios agentes sociales y ofrecer pautas a los usuarios drogodependientes para cambiar sus hábitos, asesorarlo sobre los recursos a su disposición, entre otras acciones. Mas la intervención social no acaba aquí, sino que debe hacerse un seguimiento después de cumplir con la PPI para asegurarse de la estabilidad y el compromiso del usuario consigo mismo.
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